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Antonio Mairena y la pureza del cante jondo

Antonio Mairena y la pureza del cante jondo

Antonio Mairena y la pureza del cante jondo

Contexto histórico: una época de redefinición del cante

Antonio Mairena (1909–1983), nacido Antonio Cruz García en Mairena del Alcor (Sevilla), desarrolla su carrera en un momento clave de la historia del flamenco: la primera mitad del siglo XX, marcada por la pérdida de protagonismo del cante jondo frente a formas más comerciales como la copla o el flamenco de tablao. En ese contexto, figuras como Manuel Torre o Pastora Pavón « La Niña de los Peines » mantenían viva la llama de los cantes tradicionales, pero era evidente que hacía falta una labor de reconstrucción, investigación y, sobre todo, de pedagogía hacia nuevas generaciones.

Mairena asumió esta responsabilidad. No desde la vanidad artística, sino desde una voluntad clara de preservar lo que él consideraba el alma del flamenco: su pureza. Pero ¿qué significa esa pureza en el cante? ¿Es un concepto rígido o una interpretación personal anclada a ciertos referentes?

La búsqueda de la pureza: una misión encarnada

Para Antonio Mairena, la pureza no era una nostalgia folklórica, sino un compromiso estético, ético y casi antropológico. Inspirado por los grandes cantaores gitanos del siglo XIX y principios del XX —entre ellos El Planeta, El Fillo, Tomás el Nitri o Silverio Franconetti— el maestro sevillano buscó rescatar estilos olvidados o poco practicados, alejados de cualquier tendencia escénica o comercial.

Su criterio era claro: si un cante tenía hondura, estructura formal definida y un linaje estilístico claro rastreable a los intérpretes clásicos, merecía ser rescatado. Ejemplos de esta recuperación podemos encontrarlos en su labor con cantes como la caña, el polo, las cantiñas antiguas o ciertas variantes del martinete. Mairena no se limitó a repetir lo aprendido, sino que lo reinterpretó desde su voz profunda y reflexiva, dotándolo de vigor emocional sin perder el rigor estilístico.

Discípulo de los maestros, maestro de generaciones

Uno de los elementos más reconocidos y documentados en la carrera de Antonio Mairena es su estrecha relación con Manuel Torre, cantaor jerezano al que consideró como una referencia fundamental. Aunque Mairena lo conoció ya en una etapa tardía, su influencia marcó profundamente su estilo y visión del arte.

En una entrevista de archivo de 1970 con la revista Triunfo, Mairena declaraba: “Donde pusiera la voz Manuel, se callaban todos. Tenía duende, pero también fondo. Eso es lo que yo buscaba: el fondo, la verdad del cante”.

Fruto de este aprendizaje, Mairena se convirtió en un eslabón entre el flamenco del siglo XIX y el del XX. Su influencia se hace palpable en artistas posteriores como José Menese, Calixto Sánchez o Curro Fernández, quienes tomaron su legado como una hoja de ruta artística.

La palabra escrita como herramienta de preservación

No puede hablarse de Antonio Mairena sin mencionar su aportación teórica al flamenco. En 1963 publica, junto al periodista Ricardo Molina, el libro Mundo y formas del cante flamenco, una de las obras clave para el estudio del flamenco clásico. En él, Mairena no solo documenta estilos, variantes y linajes de cantes, sino que también propone una clasificación que responde a una lógica interna del arte y a sus propias vivencias como intérprete.

Este texto marcó una inflexión en el análisis del flamenco. A pesar de las críticas posteriores por cierto sesgo hacia el cante gitano-andaluz como representante supremo del género, no se puede negar su influencia en la sistematización del conocimiento sobre el cante jondo y en el propio prestigio intelectual del flamenco como arte mayor.

El cante gitano-andaluz según Mairena

Uno de los elementos centrales de la obra y pensamiento de Mairena es la reivindicación del cante gitano-andaluz como piedra angular del flamenco verdadero. Según él, era este estilo —desarrollado principalmente por gitanos andaluces en Triana, Jerez, Utrera y Cádiz— el que contenía la verdadera esencia del arte.

No se trata de un desprecio a otros aportes culturales, sino de una delimitación clara de qué formas expresivas, en su opinión, mantenían intactas las raíces y cuáles se alejaban peligrosamente de ellas. Según Mairena, los siguientes cantes eran los más representativos del canon flamenco puro:

Su manera de cantar estas formas era solemne, casi ritual. No buscaba agradar ni entretener, sino comunicar una emoción profunda, a veces áspera, no siempre fácil de digerir para el público no iniciado. Este enfoque, aunque criticado en ocasiones por su hermetismo, fue también celebrado por su radical honestidad artística.

Premios, reconocimientos y últimas actuaciones

En 1962, Antonio Mairena fue galardonado con la Llave de Oro del Cante, la más alta distinción en el mundo del flamenco, convirtiéndose en el cuarto artista en recibirla (tras Tomás el Nitri, Manuel Vallejo y Antonio Chacón). A diferencia de otros casos, su concesión fue celebrada por un amplio sector, al ver en Mairena una figura que había contribuido tanto a la interpretación como al estudio del cante.

Durante sus últimos años, Mairena siguió actuando en festivales como la Reunión de Cante Jondo de La Puebla y el Potaje Gitano de Utrera, donde su presencia tenía un aura casi mística. Ya anciano, su voz había ganado en gravedad lo que perdía en potencia, pero cada palabra suya era una lección de compás, de intención y de memoria histórica.

Legado e influencia en el flamenco contemporáneo

La figura de Mairena ha sido —y sigue siendo— objeto de múltiples debates entre aficionados y estudiosos. Algunos lo acusan de haber generado una visión demasiado ortodoxa o excluyente del flamenco. Otros, por el contrario, lo veneran como custodio de las esencias más profundas del arte jondo.

Lo cierto es que su legado es ineludible. Escuchar a Mairena hoy no es solo una experiencia estética: es una lección de historia oral, una enciclopedia viviente del cante transmitida con la autoridad de quien no solo conoce su materia, sino que la siente en carne propia.

En tiempos donde el flamenco se diversifica hacia fusiones con otros géneros y se adapta a nuevos formatos escénicos, la figura de Antonio Mairena sirve de anclaje, de recordatorio fundamental sobre el valor de la raíz.

¿Por qué sigue importando Antonio Mairena?

La pregunta no es solo por el respeto a la tradición. Antonio Mairena importa porque supo compaginar la labor artística con la responsabilidad de la transmisión. Porque entendió que el flamenco no es un estilo, sino un lenguaje con gramática, con fonética y con alma. Y porque asumió esa herencia con una seriedad que —ya sea compartida o discutida— es digna de admiración.

Decía el propio Mairena: “Se puede inventar, pero con corazón antiguo”. Tal vez ahí esté la clave de su relevancia: en recordarnos que toda evolución tiene sentido solo si sabe de dónde viene.

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